domingo, 30 de septiembre de 2012

Alquiler de amor









Técnica:
Óleo sobre gasa y tela

Dimensiones:


80 X 60 cms. y 30 X 20 cms.










ALQUILER DE AMOR

Tibios están tus labios
Cada vez que los uno a los mios
Sueños que empiezan
Caminos vividos

Esa vibración de mi pecho
Cuando hablas en mi oído
Replica el amor eterno
Que en mi corazón ha crecido

Un suspiro eterno es el amor que profeso
Un instante mágico que logra resistir
A los embates del destino y del frío
Todo lo que por ti siento es de verdad amor mio

La humedad de tu cuerpo
Me hace feliz cada tarde
Cuando por la ventana de este pequeño cuarto
Se cuela el olor a vida del parque

Abajo sueñan, lloran, ríen
Acá soñamos, lloramos, reímos
Compartimos el mismo aire
Nos amamos sin siquiera decirlo

El frío de la tarde me despierta sombrío
Sabiendo que es de cobarde
Irme aunque sea demasiado tarde
Dejando tu cuerpo para otro hastío

Desbordas sabiduría, cariño y comprensión
Y tienes entre tus manos firmes
Mi pequeño e indefenso corazón
Para darle vida eterna o aplastarlo con la razón

De súbito todo empieza a acabar
Cuando entre las cortinas se cuela la luz
Del parque que se empieza a iluminar

Y tú sin siquiera pestañear
Me traes de vuelta este frío lugar
Y recuerdas con voz calculada y sin dudar
“Chico guapo, no te vayas a olvidar,
Recuerda que todo esto debes pagar”






César B. Fuenzalida (C)
Todos los derechos reservados queda prohibida su reproducción total o parcial de este escrito,por cualquier medio.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Mi eterna incógnita... tú







Técnica:
Óleo sobre tela y gasa

Medidas:
100 x 80 cms.










Mi eterna incógnita, tú


Siempre serio por la calle difícilmente iba a encontrar a quien pudiera tomar mi mano y darme vida.
Caminaba por la ciudad como un autómata, no percibía nada especial, nada distinto, para mi todo era igual. El letargo de la soledad me masacraba.
Esa mañana preparé todo tal como siempre. Mi café, mis pastillas para la eterna jaqueca que ya ni tenía, pero tomaba la medicina mecánicamente, y mi ropa.
Especial fijación tenía en mis trajes. Pulcros. Brillantes lo necesario.
Mis zapatos tenían luz propia, al igual que mi cabello, siempre ordenado.
Años trabajando en lo mismo, años cruzando las calles de mi ciudad, años de mirar a las personas sin recordar a una siquiera, años escuchando el murmullo de los autos, el ruido ensordecedor de las hojas, las risas de los niños en el parque y todo lo que me rodeaba a medida que mis pasos se deslizaban por el asfalto.
Años de soledad. Años de vivir en el letargo de los días.
Esa tarde, de vuelta a mi apartamento, la vi.
El tiempo paró. Y sonará a ficción, pero fue la realidad más pura que pude hallar.
Ella estaba de rodillas sobre un pequeño bolso que abrazaba, como un náufrago aferrada a la única tabla en el mar.
El mundo pasaba por su lado y no se detenía a mirar. Yo era del mismo mundo.
Pero ella al levantar su mirada, con sus ojos empapados en llanto, me descubrió.
Me paré frente a su bolso, que estaba acorralado por sus brazos, le ofrecí ponerla de pie.
Entre sollozos desgarradores me habló de aquél. Ese que arrancó y la dejó sin nada para siempre. Se llevó su alma y le dejó dolor.
Yo paciente, miraba a la desconocida como si la vida hubiera sido vista por vez primera para mi.
Hoy sé que la amé desde ese momento.
Nunca una banca de plaza me sentó tan bien. Le calmé los sollozos.
La invité a mi guarida. Mi lugar. Mi núcleo.
Aceptó.
La tomé de la mano y cargué su insignificante bolso a mis espaldas. El mundo a nuestro alrededor seguía su ritmo. Nosotros, en cambio, inventábamos un paso nuevo, una calma inesperada se apoderó de mi esa vez.
Nade importaba más que ella. Y poder plantarle una sonrisa en su hermoso rostro.
El llanto seguía cada ciertos pasos.
Llegamos a mi hogar y le serví un café con todo el amor que jamás pensé me brotaría.
¿Qué me sucedía?, ¿era amor a primera vista? Eso no existe, me convencía.
Pero ella en silencio mirando por la ventana el mundo a sus pies.
Bebió lentamente ese café y con su mirada me dijo todo.
Era yo su salvador. Su nueva oportunidad de vivir.
Cuando se acercó a mi oído y susurró… “gracias, me voy…”
No entendía nada. Ella dio media vuelta y tomó su maltrecho bolso sin dar pie atrás.
Ni despedidas ni miradas atrás.
Fui su tabla en el mar.
Desde aquél día, cada vez que paso por aquella plaza, me siento en esa banca que me enseñó a mirar el mundo con calma, para ver si uno de esos días, vuelvo a sentir su mano tibia, su mirada perdida y entre sollozos me diga suave al oído… “te amo, no me dejes ir…”
Sigo soñando desde esta endeble banca, y ya van 50 años de soledad y sueños.
Una vida es nada si espero por ti.
Mi amada desconocida.





César B. Fuenzalida (C)
Todos los derechos reservados queda prohibida su reproducción total o parcial de este escrito,por cualquier medio.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Tu distancia... es mi adiós










Técnica:

Óleo sobre tela y gasa









Tu distancia... es mi adiós

Ya nada es igual. No quiero tomar tu mano ni seguir un camino juntos. Te miro y sólo distancia me generas. Lo siento. Hablé de amor. Lo sé. Pero ya no hay nada en mi interior.
Lo descubrí esta fría mañana cuando ibas camino a realizar tus cosas, esas muchas cosas que haces. Y que nunca supe cuáles eran. Tu frío beso en mi frente fue la señal que confirmaba todo. Hacía semanas que la distancia formaba un muro infranqueable entre tú y yo. Al menos a mi se me hacía imposible siquiera dirigirte la palabra.
Fue esa despedida la que me dijo fin. Adiós. Todo acabó.
Quizás mi fortaleza no esté en las letras. Lo sé.
Pero este mensaje que escupo sobre el papel que ninguna culpa tiene, es mi sentencia.
Porque tú vives tu mundo y yo no participo en él, no estoy ahí en un rol principal. Ni secundario siquiera. Desde la distancia miro todo. Lo siento, pero me agoté.
No entiendo tu mente, los enredos que creas en ella, y como los resuelves buscando triunfar en un mundo que tampoco recibe tus creaciones.
Es verdad, no estamos destinados para estar juntos.
Hoy me despido. De ti, de mi, del sol, la oscuridad, de todo y todos. Apago mi señal. Me bajo del mundo. No puedo seguir al final de la fila. No quiero.
La culpa no tiene que recaer en nadie, sólo acepta mi decisión y entiende que jamás me viste como yo creí ni quise.
La distancia no fue física, pero fue real. Sin embargo, te extraño.
Porque te amo y esto no se agota de un segundo a otro. No puedo despojarme de este amor que me hizo estar a tu lado, seguir tus pasos, llorar tus derrotas y celebrar tus triunfos.
Sin embargo tú, nada de eso valoraste.
Pero te amo. Eso es verdad.
Hoy te digo adiós y ansío volver a besar tus labios, luego que veas y pienses qué me llevó a tomar esta decisión.
Cuando este papel que dejaré en mi bolsillo, sea descubierto, sabrás que te amé y todavía lo hago.
Sabrás que la eternidad está ahí, y estuvo aquí.
Seguramente el café que aquieta tu cabeza y limpia tus ideas disminuya lentamente, mientras buscas esa inspiración que pocas veces te visitó.
Sentado frente a esa, ahora sublime, plaza cercana. Donde ves el día pasar y buscas esa inspiración.
Jamás te entendí. Jamás me entendiste. Pero si te amé y lo hago aún. Tú no. Y de eso me agoté.
Es verdad que las palabras no son mi fuerte, que este mensaje parece una verborrea cerebral antes del adiós y eso es.
Cuando tu café se agote y logres encontrar esa esquiva inspiración, volverás caminando lento y pausado a nuestra morada. Y verás el final.
El final de mi historia. De nuestra historia. Y quizás puedas despertar de ese letargo eterno, que te hizo buscar en las afueras lo que tenías a tu lado.
Te amé, te amo y te amaré. No te culpes por mi decisión.
Pero no entiendo tu mente de escritor.
Adiós vida mia.
Al fin conocerás mi realidad.





César B. Fuenzalida (C)
Todos los derechos reservados queda prohibida su reproducción total o parcial de este escrito,por cualquier medio.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Cuando pienso en ti










Técnica:
Óleo sobre tela y gasa









Cuando pienso en ti



Cuando pienso en ti,
Me dan ganas de llorar
De pena mi alma se quiere embargar.

Cuando pienso en ti,
No quiero siquiera caminar,
Nada me puede motivar.

Cuando pienso en ti,
Añoro tus labios besar,
Y volver en tus brazos a descansar.

Cuando pienso en ti,
Miro el horizonte eterno,
Sin poder borrar los recuerdos.

Cuando pienso en ti,
Pienso en mi,
Pensando en ti.

Cuando pienso en ti,
Ansío tus pasos acompañar,
De tu mano volver a soñar.

Cuando pienso en ti,
Pienso en mi,
Sufriendo por ti.

Cuando pienso en ti,
Sólo creo que soñé
Las frases con las que una vez desperté.

Cuando pienso en ti,
A mi lado busco sin hallar,
Pues no hay nadie en tu único lugar.

Cuando pienso en ti,
Pienso en mi,
Caminando entre el amor que prometí.

Cuando pienso en ti,
Ni en este maltrecho banco me logro inspirar,
Pues hasta el débil brillo del sol me hace dudar.

Cuando pienso en ti,
Me miro a mi,
Esperando de lejos,
Que tú estés también,
Pensando en mi.





César B. Fuenzalida (C)
Todos los derechos reservados queda prohibida su reproducción total o parcial de este escrito,por cualquier medio.

domingo, 2 de septiembre de 2012

ETERNA ESPERA









Técnica
Óleo sobre tela y gasa
Medidas
1 mt. x 80 cms.







ETERNA ESPERA

La espera nunca le gustó. Mucho menos que la dejaran sola.
Confiaba en que su hombre prohibido cruzaría el sendero de aquellos verdes pastos para abrazarla y no separarse jamás.
En su mente recordaba el dulzor del beso oculto que fijó en sus labios.
Sus almendrados ojos brillaron como nunca esa tarde. Conocía la felicidad. Miraba a los ojos de su amado y se sentía segura.
Las manos de su hombre la protegían, la resguardaban, la cobijaban. Quería compartir su vida con él.
La oscuridad que les sirvió de escudo esa noche, no estaba invitada esta tarde, mientras ella esperaba impaciente caminando de un lado para otro en el lugar de la reunión.
Buscando calmar sus nervios, encendía un cigarrillo que sólo le hacía recordar ese olor a tabaco que tenía su hombre. A quien amaba ciegamente.
Cuando él pasaba por su lado y rozaba su mano, ella sabía que todo iría bien.
Sentía que nada podía ser mejor.
Apagaba el cigarrillo. No podía seguir recordando al hombre que esperaba impaciente.
Los nervios le jugaban una mala pasada y por un segundo dudaba si su amado vendría al pactado encuentro.
Se ponía de pie. Y su única compañía era la pequeña maleta que estaba de pie a su lado. Firme. Segura. Como pocas cosas en su vida estaba la diminuta maleta.
Sólo lo necesario.
Nada que le significara recordar su antigua vida. Comenzaría de nuevo. Daría el gran salto, el gran y esperado paso a la felicidad.
Este era su día. Había cortado todo lazo con su vida actual.
Dejó su trabajo. Cerró para siempre su piso. Regaló sus vestidos, su ropa, hasta su codiciada, e incluso, envidiada colección de calzado.
Sólo lo necesario traía en su bolso.
Definitivamente quería comenzar de nuevo.
Había creído en la promesa de su hombre. El alto y apuesto galán que día a día endulzaba su oído con frases que la hacían sentirse única.
Con el mismo hombre pactó este cambio de vida.
Tomaba su mano para saltar al vacío y sentirse segura.
Lo amaba. Sin cura. De forma irremediable.
La espera se hacía eterna. Mientras el frío empezaba a tomar lugar y el tibio sol a despedirse, la morena y preocupada mujer miraba con admiración a una joven pareja que sentada en el húmedo pasto le daba muestras del amor libre. Ese que tanto ansiaba.
Miraba el ínfimo reloj en su muñeca. Quedaban cinco minutos para correr a los brazos de su hombre. Su protector. Su salvador. Con quien crearía su nueva vida.
Sólo dos días atrás había pactado reunirse con el hombre que la había traído de vuelta a la vida y, de paso, le había entregado una razón para vivir.
Él la había mirado fijamente y en la oscuridad de la oficina que los cuidaba cada noche, le había jurado amor eterno. De sus labios se deslizó la frase más esperada por esta mujer. “Estaré contigo para siempre”, sentenció él.
Ella recordaba ese momento y lo atesoraba con un sabor especial, pues sentía que al fin, luego del tortuoso camino de ocultarse y tener que fingir ante el mundo, podía decirles a todos que estaba enamorada de él.
Y que su vida comenzaría nuevamente de su mano. Lejos. En otro país. En otro lugar.
Chequeaba en el interior de su chaqueta si tenía los pasajes, sólo para ocupar unos minutos de su tiempo.
Ya quedaban sólo un minuto para que apareciera, abriéndose espacio entre la gente, el hombre de sus sueños.
Un mensaje de texto llegaba a su teléfono móvil. Lo leía. Su cara se desfiguraba. El teléfono se desprendía de su delicada mano.
Una lágrima rodaba por su rostro. Su cuerpo caía casi inerte en el piso.
Los sollozos venían de su alma.
Nada volvería a ser igual. El hombre de sus sueños no estaba dispuesto a dejar su vida por empezar con ella desde cero.
Súbitamente un estruendo la despertó del trance.
Varios metros más allá, caía el cuerpo de un joven y unos gritos brotaban de distintos lugares de la plaza.
El amor había muerto para él, pensó.
El amor nunca estuvo ahí para ella, pensó.
El llanto se hizo eterno y el frío de la noche cubrió sus esperanzas.
Para siempre. Sola, para siempre.








César B. Fuenzalida (C)
Todos los derechos reservados queda prohibida su reproducción total o parcial de este escrito,por cualquier medio.